viernes, 3 de febrero de 2012

Las puertas del paraíso de Ghiberti



ABRIR LAS PUERTAS AL MISTERIO
Las puertas del baptisterio de la Catedral de Florencia, de Ghiberti
 

También en el Quattrocento italiano, los fieles necesitaban hacer pública su fe, y lo expresaban de un modo sencillo, propiciando obras de arte que les hiciesen presente la encarnación de Cristo. Estas puertas, de una belleza y una perfección técnica que se adelanta a su tiempo, constituyen también una evidencia del celo del pueblo cristiano por participar del Misterio y por mostrarlo a todo hombre como fuente de vida eterna.
 

         Con el reciente declinar de Milán, la ciudad de Florencia, recuperada de la plaga de peste de 1399, se preparaba para convertirse en epicentro político, económico y cultural. Como era habitual, en torno a la Catedral se armaba un efervescente taller en el que bullían las tendencias artísticas más novedosas de la época.

         El baptisterio de San Juan de la Catedral contaba con una hermosa puerta en el lado sur realizada por Andrea Pisano entre 1330 y 1336. Constituida por catorce paneles cuatrilobulados, mostraba escenas de las Virtudes Cardinales y Teologales, así como de la vida de San Juan Bautista, patrono de Florencia. Ahora se valoraba la conveniencia de completar el programa iconográfico en la puerta del lado este. Pronto la Iglesia se ocuparía de cubrir esta necesidad.

El concurso


Es indiscutible la misión que ha desempeñado la Iglesia históricamente como mecenas de la cultura y patrocinadora de la producción artística. Pero si hasta el siglo XIV asumía esta responsabilidad la Iglesia institucional, a partir del siglo XV muchos fieles se incorporan a la tarea de poner las artes al servicio del anuncio del Evangelio. El pueblo cristiano se sentía interpelado a manifestar en primera persona la fe que los sostenía, frente a la multitud de doctrinas que surgían del que se presentaba, paradójicamente, como un humanismo no cristiano. Como si fuera posible apelar a la auténtica dignidad del hombre sin Cristo.

En este celo por expresar lo que estaban viviendo, los fieles que gozaban de una posición económica más desahogada empleaban sus recursos en el patronazgo de obras de arte que invitaran a la contemplación del Misterio. En el caso del baptisterio de la Catedral de Florencia, fue la Corporación del Arte de Calimala la que convocó un concurso en 1401 para la realización de sus puertas. Nunca en la historia del arte europeo se había llevado a cabo un concurso de tal magnitud estética, religiosa y social.

En la convocatoria del concurso ya se intuía cuál iba a ser el criterio para la elección. Se proponía un tema del Antiguo Testamento de evidente simbolismo: el Sacrificio de Isaac. Los artistas debían encajar su obra en el marco tetralobulado impuesto por la primera puerta del baptisterio. Entre los que se presentaron a concurso estaban Ghiberti y Brunelleschi. Ambos suponían dos maneras radicalmente distintas de entender el relato bíblico.

El relieve de Ghiberti perseguía ante todo la belleza, sea la del relato, sea la de los seres y las cosas representadas, mientras que el de Brunelleschi subrayaba el dramatismo del mandato divino. Aquel mostraba la grandeza del rito y este la brutalidad del holocausto. En el relieve de Ghiberti, el carnero se situaba sobre una roca en alto, en el espacio divino, como imagen premonitoria de Cristo crucificado que con su muerte salvaría al pueblo de Dios, prefigurado en Isaac; el de Brunelleschi, dispuesto en el ámbito de lo humano, sólo es un animal que se rasca con una de sus patas. Ghiberti había entendido el espíritu de lo que pretendían quienes habían encargado la obra. Y eso le valió la adjudicación del trabajo, amén de su sorprendente dominio técnico y estético.

Las primeras puertas de Ghiberti


            Como evidenciaba el tema escogido para el concurso, en principio se había pensado que esta puerta se dedicaría al Antiguo Testamento, sin embargo, finalmente se optó por la representación del Nuevo Testamento.

         El escultor trabajó en estas primeras puertas de bronce dorado desde 1403 a 1424, contando con la asistencia de discípulos de tanto prestigio como Michelozzo, Paolo Ucello o Donatello.

Ghiberti había tenido formación de orfebre, y eso se aprecia en el trabajo exquisitamente minucioso de sus relieves. Sabía mezclar la gracia y la delicadeza de líneas del Gótico tardío con un ideal clásico de belleza, al tiempo que emulaba las posibilidades de la pintura y se anticipaba a los logros del Renacimiento sin que su obra perdiese un ápice de espiritualidad.

Las puertas se componían de 20 paneles cuatrilobulados con escenas de la vida de Jesucristo y 8 con las figuras de los Evangelistas y los Doctores de la Iglesia (Ambrosio, Jerónimo, Gregorio y Agustín); en los ángulos, 48 cabezas de profetas (en una de ellas se autorretrata). Estos temas respondían dialécticamente al programa de la fachada del Duomo, que se encontraba enfrente.

         La historia comenzaba con la Anunciación, abajo a la izquierda y terminaba con la narración de Pentecostés, arriba a la derecha. La obra estaba concebida para ser contemplada desde abajo hacia arriba y de izquierda a derecha, para que los paneles centrales correspondiesen a la Pasión de Cristo; de este modo se quería insistir en la veracidad del sufrimiento de un Jesús de carne, y en la eficacia de su redención. En aquellos paneles podía intuirse un desbordante agradecimiento por la encarnación, y un canto de amor a la Iglesia, continuadora de la obra salvífica de Cristo.

Las Puertas del Paraíso

         Las realiza en bronce dorado entre 1428 y  1452 auxiliado por su hijo Vittorio, por Michelozzo y por Benozzo Gozzoli, entre otros.

En ellas, Ghiberti muestra la tendencia a una representación naturalista del movimiento, el volumen y la perspectiva.   El suyo es un relieve pictórico, gradual y perspectivo. Los personajes, individualizados en sus rostros, cuerpos y actitudes, se sitúan en varios planos sucesivos que evolucionan desde el bulto redondo hasta el bajo relieve apenas esbozado en función de la lejanía a los primeros planos; en algunas escenas aparecen hasta un centenar de figuras.

Su arte se caracteriza por la mirada rítmica y unificadora que imprime en la disposición de sus figuras en el espacio, relacionadas armoniosamente con el paisaje y la arquitectura. Sabía combinar detalles de un extraordinario realismo con la pureza de la pintura antigua, el equilibrio y la monumentalidad del dibujo renacentista con el delicado refinamiento del arte de orfebre.

Estas puertas constan de 10 paneles cuadrangulares (rompiendo el marco gótico cuatrilobulado) que contienen 37 escenas del AT, ya que el NT ya había sido abordado en la anterior puerta.

         En principio fue proyectada por el canciller Leonardo Bruni con 20 historias del AT y 8 profetas en la parte baja, pero Ghiberti decidió acumular varias de las historias proyectadas por Bruni en un mismo relieve. Los paneles se redujeron a los 10 indicados, pero aumentando su tamaño y enriqueciendo la composición de los relieves en amplios escenarios que encierran auténticos universos de personajes, toda una humanidad en miniatura.

         Tampoco se trata de simples reproducciones de relatos, sino que, como las mismas historias bíblicas, están cargadas de simbolismos: la reconciliación entre hermanos en el tema de José, la reunión de la Iglesia de Oriente y la de Occidente (objetivo del Concilio de Florencia de 1439) en el encuentro de Salomón y la reina de Saba, y muchos otros. Es curioso cómo narra la historia de la salvación recorriendo la historia de distintos personajes bíblicos: Adán y Eva, Caín y Abel, Noé, Abraham, Jacob y Esaú, José, Moisés, Josué, Saúl y David. Historias que descubren la  infidelidad del hombre y la fidelidad de Dios, la victoria de la misericordia frente a la debilidad.

         Las escenas están separadas por una orla con 24 cabezas de profetas (una de las cuales es autorretrato, y otra representa a su hijo Vittorio)   disponiendo también figurillas de personajes bíblicos en hornacinas. En los bordes superior e inferior aparecen cuatro figuras bíblicas acostadas.

Tan deslumbrante es la belleza de estas puertas y tan extraordinaria la perfección en su ejecución que Miguel Angel las bautizó como “Las Puertas del Paraíso”. Fue igualmente esa impactante belleza la que provocó su traslado al lado este, desplazando las primeras puertas de Ghiberti, a pesar de que éstas segundas habían sido concebidas para ser situadas en el lado norte, y a pesar también de que era incorrecto litúrgicamente.

Sin embargo, ambas rinden culto a lo esencial, a la manifestación del Misterio; por eso, cualquiera de ellas es digna de ser llamada “Puerta del Paraíso”, porque muestran una Presencia que trasciende la pequeñez del horizonte humano.


                                                       Rev. Primer Día nº 37. Abril 03

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